martes, 3 de diciembre de 2013

Dos (I)

Dos


«Ante viajes inesperados, semihada previsora vale por dos.»

            Respira hondo, respira. Eso es. Vas a salir de aquí ilesa, ¿verdad que sí? Venga, una vez más. Coge aire, más, hasta que sientas que vas a explotar. Ahora, despacito, lo vas echando poco a poco.
            Tras unos diez minutos repitiéndome eso, al fin surte efecto. Me empiezo a calmar, me siento más tranquila y me centro en asimilar la situación poco a poco. No es la primera vez que acabo aquí, ni será la última, pero siempre me dan este tipo de ataques cuando paso mucho tiempo sin cruzar. Es como si reviviera mi experiencia traumática de la primera vez que sucedió. Después, cuando consigo calmarme y recuerdo las siguientes veces, soy capaz de tapar ese recuerdo y volver a ser la de siempre.
            Qué mala pata, con la de cosas que tenía que hacer hoy. Ya puedo ir asimilando que voy a perder el día entero a cuenta de este evento inesperado. Yo que calculaba que no iba a tener que volver a pisar este sitio como mínimo hasta Octubre. Samhain (también conocido como Halloween) es una fiesta demasiado ligada a las hadas y la magia, y también en el culto a los muertos, aunque nosotros nos empeñemos en centrarnos cada vez más en la parte de fiesta, disfraces y golosinas.  
            Recojo todo, cierro bien la mochila y me la pongo por lo que pueda pasar. Hasta que el tren no se pare no voy a poder salir, así que es mejor que tenga paciencia. Me dedico a seguir mirando por la ventana. En este lado, la hierba es más verde, exactamente como las personas se la imaginan cuando alguien les dice que piensen en ella. Las nubes, aunque ahora no puedo verlas, parecerán algodón y el cielo será de un perfecto azul. Todo será bonito y bucólico, a menos piense lo que no deba, haga lo que no deba, me meta donde no deba u ofenda a quien no deba, en ese orden. Es un mundo en constante evolución. Un mal pensamiento puede alterarlo de una forma radical o conducirte a un lugar transformado por las pesadillas. Hay que tener en cuenta que las pesadillas también son sueños y sé que existe una Casa entera (de cuyo nombre no me acuerdo) que se dedica a ello. Tiene que ser una devoción horrible eso de mandar pesadillas a la gente. Aunque, vete a saber, igual disfrutan.
            Doy un respingo cuando veo que una de las puertas del vagón se abre y aparece una especie de revisor que pega completamente con la decoración. Me siento como si estuviera haciendo un viaje en el tiempo en lugar de estar yendo a otra dimensión. El único detalle es que su piel es de color verdusca y tiene un par de cuernos de chivo asomándole por la visera del traje. Son pequeños, pero a mí no se me pasan por alto. Trato de no mirarlos fijamente a medida que se acerca, porque se está acercando hacia donde estoy yo. No es muy difícil de saber, soy la única ocupante del vagón y, casi seguro, del tren entero.
            Se para delante de mí y, sin sorprenderse de qué hago ahí me tiende la mano.
            – El billete – me pide, pero tiene una voz tan grave que hasta intimida.
            Yo arqueo una ceja, un tanto sorprendida, pero era evidente que esto podía pasar. ¿Qué podía venir a decirme un revisor?
            Busco entre los bolsillos de mi chaqueta hasta que encuentro el recibo del bono de tranvía que compro para ir a la universidad. Menos mal que suelo guardarlo por si sale defectuoso y tengo que reclamar. Se lo tiendo un tanto escéptica. Pero él lo coge sin tan siquiera dudar. Lo pica y me lo devuelve.
            – Aquí tiene – me dice.
            – G-gracia – murmuro mientras observo el ticket taladrado.
Lo cojo un tanto estupefacta. Tiene un perfecto agujero en el centro. Me pregunto si lo ha mirado siquiera. Igual le llego a dar el recibo del super y también hubiera colado.
            Estas hadas están locas…
            – Buen día – dice la voz del revisor, y doy un nuevo respingo.
– Lo mismo – contesto de forma automática mientras veo cómo el revisor  me saluda llevándose la mano al sombrero.
            Acto seguido, se vuelve y continúa su camino hacia el siguiente vagón.
            En cuanto desaparece de mi vista, me encojo de hombros y me guardo el ticket en el bolsillo.     Espero que me siga valiendo en las reclamaciones aunque ahora tenga un agujero.
            El tren silva y comienza a decelerar. Me agarro más al asiento y me aferro con fuerza a mi mochila. Poco a poco, el paisaje cambia levemente. Dejamos atrás el bosque para dar paso a una interminable pradera tan colorida e irreal que parece el fondo de pantalla genérico de Windows. No me extrañaría ver unicornios o algo similar pastando por ahí.